Por: Paúl Sánchez
María Teresa mientras escoge sus recuerdos |
Mañana fría, como ninguna en los anteriores días, debido al clima tan diverso que posee la capital; camino lentamente por una empinada calle pensando en toda la historia que se esconde detrás de estas veredas de uno de los barrios más antiguos de la ciudad.
Mientras pido un aventón al carro de la policía comunitaria, voy imaginando qué tipo de preguntas puedo formular a la máxima autoridad del lugar.
Llego a su hogar nervioso, asustado y poco ubicado; y me topo con una realidad totalmente diferente a la que esperaba hallar ahí. Timbro ala puerta de ese humilde hogar cuando un hombre mayor de aspecto amable y triste (a la vez)me abre la puerta siendo el nexo primordial para lo que nunca imaginaba.
Es ahí que mientras descubrimos que por quien fuimos no se encontraba, que me parece muy atractivo lo que sin necesidad de decírselo nos comienza a contar. Entre lagrimas, risas y un poco de recelo, nos comenta de su vida y sale a colación su madre; una viejecita de 98 años de edad que vive y cuida aún de él.
Es ahí que mientras descubrimos que por quien fuimos no se encontraba, que me parece muy atractivo lo que sin necesidad de decírselo nos comienza a contar. Entre lagrimas, risas y un poco de recelo, nos comenta de su vida y sale a colación su madre; una viejecita de 98 años de edad que vive y cuida aún de él.
María Teresa Calderón Vallejo es su nombre, oriunda de Riobamba, habita por más de sesenta años en el sector del Placer Alto; convirtiéndole esto en la persona más antigua de dicho sector.
Ama de casa, madre abnegada, pero ante todo lo demás, velasquista radical; nos comenta, con bastante dificultad, el cómo preparaba el engrudo con harina para las campañas del cinco veces presidente de la república.
Lúcida, a pesar de su edad, muestra con una sonrisa en sus labios la felicidad que embarga su corazón al hablar de su héroe; quien la formó en lo social, le enseño a luchar tanto por lo justo como por sus sueños y lo que es más, amar a sus hijos ante todo.
Brotan lágrimas de sus ojos mientras comenta la muerte de su “señor presidente”, recordando todas las peripecias que tuvo que pasar para por lo menos, tener el consuelo, de tocar su ataúd antes de ser enterrado en el cementerio de San Diego.
María recuerda con tanto agrado al presidente Velasco que hasta lo nombra “Mi viejito”, recalcando que él murió de amor y eso lo hizo más sensible ante todos sus fieles seguidores.
Camina suavemente y atraviesa todos los obstáculos que se le presentan a su paso, llega a la puerta de su cocina, ingresa en la misma y mientras da un respiro para recobrar el aliento; su hijo nos ofrece y alivia el hambre de la mañana con una dulce, jugosa y fresca manzana.
Me despido de ella mientras no percibo en su totalidad la realidad palpada en ese momento y la información brindada.
María Teresa reposa en su endeble, pero habitual, silla de descanso y desde allí con su mano, afectada por la vejez y la artritis, nos despide muy cariñosamente.
Muestra incertidumbre de lo sucedido, del porqué de la visita y, más que todo, del extraño que irrumpió en su hogar esa mañana; pero que se lleva el mejor recuerdo de ella y el mayor conocimiento posible que no se encuentra en los libros, sino en la vivencia de personas como esta viejecita de corazón abierto y cálido.
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