miércoles, 30 de noviembre de 2011

DISCOTECAS LLENAS Y CALLES VACÍAS

Por: Santiago Jácome
Acompañado por el frio que cobija la capital camina por la Foch Eduardo, un joven de 32 años de contextura gruesa y con 1.65 metros de alto, viste un jean azul un tanto apretado al igual que su camiseta negra, una gorra del mismo color le ayuda a ocultar la luminosidad miel de sus ojos.
A paso flemático cruza la Juan León Mera, calle ubicada en plena Zona rosa de Quito. El celaje de la noche lo invita a refugiarse, por lo que va en busca del “Buddha”, un extravagante sitio en el que los más ínfimos deseos se dan cita mientras el mutismo desaparece.
Escarlata puerta da la bienvenida mientras un corpulento hombre revisa sus papeles, para después, con el caminar de los segundos rastrear sutilmente con sus manos el cuerpo de Eduardo, con esto busca encontrar elemento alguno que atente con la seguridad de los intrépidos invitados.
Todo aquel protocolo para Eduardo es normal, hace ocho años eso le parecería extraño, pero ahora no, ahora con algo de experiencia espera paciente a que el guardián haga su trabajo.
Soberbio camina hacia una segunda puerta, que al abrirla lo traslada a su ambiente, a reconocerse entre quienes comparten un estilo de vida que rompe con la lógica heterosexual.
Cortinas carmesí adornan el techo que sujeta unos cuantos candelabros que alumbran bermellones y cárdenas paredes, que a su vez soportan seis ventiladores que buscan atemperar flamas vivientes que reposan inquietas en cuerpos que resollan. Así es el ambiente en el Buddha, uno de tantos bares gay que existe en la capital.
Eduardo ha ingresado a su espacio, a un lugar en el que no siente vergüenza de mostrarse tal cual es. Mientras espera a sus amigos cuenta que lleva dos años yendo al bar, fue y es uno de los más fieles clientes que asiste a este bar por lo general los sábados.
 “Vengo a este bar porque me parece más agradable, hay más gente y por supuesto porque abren desde temprano, los otros bares abren a partir de las 10 u 11 de la noche, aquí puedes encontrar con quien conversar, distracción, algo de diversión y sexo, este lugar es una caja de pandora, un coctel de emociones”
Eduardo con la mirada fija en un colosal espejo recuerda la vez que les conto a sus padres sobre su orientación sexual, me quite cinco cruces de encima dice mientras se frota las manos, y le asigna a cada dedo el nombre de sus hermanos y padres.
“Para mi padre, que era militar, la noticia le impactó, pero con el tiempo me aceptó, al principio me escuchaba, callaba pero no decía nada o mucho menos entendía. Ahora puedo contarle mis amoríos, mi vida en el ambiente, todo con más libertad…”
En el ambiente puedes conocer la bola de amigos, pero no es cantidad sino calidad, cita enfatizando aquellas palabras, ya que hace poco Josué, uno de sus amigos, le hizo una mala pasada de la que prefiere mejor no hablar porque asegura ya la ha olvidado pero no perdonado.
Al final de la noche Eduardo simplemente espera relajarse, sentirse bien, conocer a alguien no es trascendental para él ya que como dice “si es que se da bien, sino también”
En un paneo del lugar la mirada de Eduardo reconoce a uno de sus tantos amigos de ambiente, el es Sebastián, un joven delgado, de piel blanca con 1,60 de estatura y un aire juvenil que se refleja en su corta edad, tiene 19 años y hace poco descubrió el ambiente.
Para Sebastián las cosas han mejorado, ya que antes no era permisible el asistir a estos lugares, existía control policial, era penado ser gay; pero todo cambió el 24 de junio de 1998, con el plan de derechos humanos de la constitución del Ecuador, la cual consideró   la diversidad sexual como una política del Estado.  
Al ritmo de Lady Gaga, un repentino frenesí emana del los que en ese momento habitan el Buddha, Sebastián conteniendo sus ganas de bailar menciona a manera de reflexión que el ambiente  involucra más cosas, no es solo un mundo de amanerados, como se cree, hay todo un mundo detrás de esas mascaras que la mayoría muestra.
Al ambiente no hay que tolerarlo sino aceptarlo, ser diferentes en algo no hace a las personas extrañas, hay que detenerse y mirar los detalles que la rapidez no nos permite captar, al ambiente solo lo entienden los que están dentro del ambiente, en ese pequeño espacio en el que se desarrollan historias que van más allá de lo que uno imagina, y que es capaz de comprender por los prejuicios morales que acarreamos por herencia.social.

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