miércoles, 30 de noviembre de 2011

PORTÓN NEGRO

Por: Jennifer Carrera 

Mientras fumaba el décimo cigarrillo de la tarde, Anita recuerda con nostalgia y un poco de vergüenza el “maldito día”  en que creyó que nadie notaria el pequeño déficit  en los ingresos, especialmente si estos provenían de una empresa tan grande. Creyó que no lo notarían como aquel problema de tamaño, que en realidad solo representaba un problema para ella, ya que únicamente  Anita y su familia sabían que tan corta estatura se debía a un negligente taxista que la había atropellado a la edad de 13 años, impidiéndole así su crecimiento normal.

Conocí a  Anita en una tarde helada, una de esas tardes en las que uno prefiere invernar para no sentir ese frio insoportable. El portón negro y desgastado divide lo correcto de lo incorrecto, adentro lo malo y afuera lo bueno.
Filas largas conformadas por mujeres, hombres, niños, bebes y amantes. Todos esperaban con ansias la oportunidad de ver, hablar, o besar a  una de la “malas”. Una mujer gorda y de mirada intimidante recibe los documentos, documento que te da acceso al siguiente paso protocolario: la colocación de un par de sellos, que te marcan como “buena”.

Después de pasar un año alterando cifras, “para sacar dinero extra” como manifiesta Anita, la estafa se descubrió y ella pasó a formar parte de las 300 mujeres que se encuentran encarceladas en el reclusorio femenino, ubicado en el barrio del Inca al norte de Quito. Mujeres que fueron encerradas por distintos ilícitos: testaferro, estafas, asesinatos, infanticidios pero sobre todo por tráfico de drogas.Si, las drogas siguen siendo la causa de la detención de miles de mujeres y hombres tanto nacionales como extranjeros en nuestro país.

Ingresar al patio principal del lugar es la parte más difícil. El no saber si aparentar ser fuerte o amable, es un dilema que pasa por mi cabeza. No sabía si la mejor opción era tratar de crear una idea de igualdad al ser ruda, o si tal vez una sonrisa sería mi boleto para la empatía y me permitiría pasar desapercibida. Una mujer, que en realidad hubiera preferido ser llamado hombre, me habla al oído:

-          “A ver mamita, a quién le llamo…”

-          Qué debía decir, me preguntaba…  Claro tanto nervio me entorpeció. Solo una respuesta era valida

-          A Anita (____), le respondí

-          Ya mi amor

Mientras ella él buscaba  a Anita, mis pupilas recorrían cada parte de su cuerpo. Observaban esa cabeza rapada que dejaba al descubierto un par de marcas, ese tatuaje extraño que adornaba su cuello, esos aretes  que representaban la feminidad que el intentaba desaparecer. Todo lo vi, nada se me escapo, hasta el momento en que mi atención se desvió por aquel beso candente que una mujer pelirroja plasmó en la boca de ella/él. Preferí ver la infraestructura del lugar, la cárcel estaba conformada por tres edificios. Edificacionesen los cuales las reclusas están distribuidas en una especie de jerarquización: las más peligrosas en el edificio más deteriorado, las medianamente   “difíciles” en la mitad, mientras que las “más buenas entre las malas al inicio. Ahí se encontraba Anita.

Una mujer pequeña, blanca y de cabellera extremadamente larga se me acercó. Un gran beso en la mejilla fue la entrada de la conservación más dulce y sincera que podría llegar a tener con una persona que apenas conocía. Inicio el recorrido, ella sujetaba mi brazo como esperando que alguna fuerza fantástica la adhiriera a mí y así poder ir conmigo a la calle. Recorrimos el lugar, conocí los mejores barrios de Quito en la cárcel: “EL BOSQUE”, “EL CONDADO, esos eran algunos de los nombres asignadosa los pabellones. Anita vivía en EL BOSQUE, tenía una habitación de 2x2  que compartía con una japonesa que estaba presa por “mula”.

El plato fuerte de la “visita fue el último edificio, el lugar es como un mundo distinto. En realidad ese es el fin, el meter a las mujeres más peligrosas en el mismo lugar tiene su intencionalidad. Tal vez pretenden que las demás no sean infectadas. Paredes sucias y deterioradas decoran el lugar, una mujer tuerta nos da la bienvenida: doña Meche “la de las  tortillas” nos previene, dice que es mejor no subir por qué a “las de arriba” no les gusta las visitas. Anita y yo preferimos quedarnos comiendo tortillas. Mientras ella encendía el cigarrillo numero mil de la tarde, yo me preguntaba si en verdad doña Meche resguardaba nuestra seguridad o si fue unaestrategia para vendernos su especialidad. Si fuera la segunda opción quien podría juzgarla.

Permanecí aproximadamente cuatro horas en el lugar, y salí con la misma sensación  con la que entre: intrigada. Escuchar la historia de Anita me estremeció, sorprendió, indigno. Conocer la cárcel me enseño  que ir una sola vez no sirve de mucho, el describir el lugar y las mujeres que viven ahí, no es suficiente para entender y sobre todo conocer lashistorias que ahí se esconden…

Anita con un hijo de 33 años, dos nietos, miles de deudas, una casa que está en juego, una adicción al cigarrillo y una terrible decepción con ella misma, es que hoy trabaja de profesora tratando así de saladar su cuenta con la sociedad, mientras que las de la frustración aún siguen pendientes.

Concluyo esto mientras cierran detrás de mí el portón negro…

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