"Yo no soy un hombre, soy dinamita” dijo Friedich Nietzsche, filósofo de cincuenta y cinco años de edad, quien ha sido la inspiración de grandes pensadores, teólogos y escritores del siglo XX y XXI. Sobre la cama de almohadones azules. Un hombre de aspecto fruncido. Con los hombros tensos y una predominante sensibilidad estética en sus ojos. A la derecha el crepúsculo matutino de verano que levanta las cortinas y los ambientes ruidosos de este rincón de la casa. Y las rampas de la izquierda protegen bajo su sombra violeta, algunas huellas del húmedo recuerdo. Sus ojos se cierran para no ver tras el cristal a la humanidad idiotizada.
Daniel Roche, uno de sus lectores y críticos, comenta que para que usted desarrolle su filosofía, tenía que convertirla en doctrina. ¿Para hacerlo, crearía una especie de nuevos dioses o ídolos?
Yo no establezco ídolos nuevos. Derribar ídolos (ídolos es mi palabra para decir ideales, comenta) eso si forma ya parte de mi oficio. Ya que a la realidad se le ha despojado de su valor, y de su veracidad en al medida en que se ha fingido mentirosamente un mundo ideal.
Según usted en su libro Ecce homo, la exigencia y la dureza consigo mismo es la limpieza que se tiene para toda conquista y progreso. ¿Qué significaría el error para usted?
El error es creer en el ideal. No es ceguera, el error es cobardía (sonríe). Yo no refuto los ideales, ante ellos me pongo los guantes. Nos lanzamos hacia lo prohibido (vuelve a sonreír) Bajo ese signo vencerá un día mi filosofía, pues hasta ahora lo único que se ha prohibido, por principio, ha sido la verdad.
Usted ha publicado que entre sus escritos, Zaratustra ocupa un lugar aparte. Que es el regalo más grande que ha recibido la humanidad. ¿Desde qué perspectiva humana escribe usted la Zaratustra?
(Con la mirada desorbitada responde) Ese libro, dotado de una voz que atraviesa milenios, no es sólo el libro más elevado que existe. Es el autentico libro del aire de alturas. Es también el libro más profundo, nacido de la riqueza más íntima de la verdad. Un pozo inagotable al que ningún cubo desciende sin subir lleno de oro y de bondad.
Según Andrés Quintero, otro de sus lectores, comenta que la arrogancia le pesa. Tanto que ha creado la Zaratustra como el antagónico de la Biblia. ¿Se puede leer Zaratustra desde ese matiz bíblico?
Al contrario (se incorpora, se levanta de la cama y empieza a caminar en círculo) Zaratustra, entra en diálogo, según los va conduciendo por el camino a la gente. Todos admiten que han vivido dentro de una religión y una creencia que no los conduce a nada. La religión es una farsa. El Estado es un monstruo que miente con frialdad al pueblo. De lo cual se llega a que la moral es la hipocresía de la gente. La verdad cada vez se ha alejado de la realidad constituyéndose en una gran farsa. La vida en total resulta una total equivocación.
Muchos de sus escritos han sido controversiales a lo largo del tiempo. Unos están en contra, otros a favor, sin embargo en sí mismos se crean antagonismos. ¿Para quién va dirigido su pensamiento?
Quien sabe respirar el aire de mis escritos sabe que es un aire de alturas, un aire fuerte (se vuelve a sentar). Es preciso estar hecho para este aire, de lo contrario se corre el no pequeño peligro de resfriarse con él.
Un sacerdote predica la religión que ha aprendido en la Iglesia cristiana, en un mundo cristiano. Aunque lo haga de corazón, está haciendo un mal porque difunde hechos no comprobados. Pero el hombre vive en un contexto supremamente religioso. ¿Debería ese sacerdote enseñar la realidad?
La culpa del sacerdote al no hacerlo equivale a una culpa entendida como responsabilidad moral. El punto es que, la divulgación de la religión equivale a una deuda material con la humanidad.
Zaratustra es una figura simbólica que usted desarrolla en un contexto parecido al de la actualidad. La ceguera cotidiana del hombre. ¿Cuál es el aporte más grande que le hace a la humanidad desde ese libro?
El hombre es algo que debe ser superado, ya que es un puente, no un fin.
Con un poco de afán Nietzsche rompe el diálogo. Entre la sombra de su cortina se pierde en la niebla tibia, y aún en su ausencia, perdura suspendido en el tiempo.
Bibliografía: ECCE HOMO |
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