El problema del tráfico les quita el sueño a muchos quiteños. El no saber cómo llegar pronto a sus lugares de trabajo ha sacado una que otra cana verde a los miembros de esta ciudad. Al parecer está es cada vez más una ciudad invivible, donde el tráfico ha puesto a trabajar las mentes de urbanistas e ingenieros sin tener mayores resultados, ya que, las propuestas son muchas pero las verdaderas soluciones son muy pocas.
Es para esto, por ejemplo, que se creó El Corredor Central Norte. Desde hace seis años 74 buses articulados circulan desde La Ofelia hasta la Marín en un recorrido que es usado por cerca de 200.000 personas diariamente.
El servicio no es el mejor, esto a pesar de la rapidez con la que transitan, sin embargo, en una ciudad donde hay que escoger entre lo menos peor (al menos en lo que a transporte se refiere) este es el transporte más indicado.
Son cerca de las 06:45 en la Estación La Ofelia. El frío de la capital se hace sentir en su mayor expresión pero al parecer lo que más preocupa a los usuarios es el intentar llegar lo más pronto a sus destinos.
Columnas de hasta 20 metros se han formado. La verdad, más que columnas parecerían ser ríos de gente yendo a alguna procesión. Me recuerda a la caminata de El Quinche por la cantidad de gente que se observa y la mucha que sigue llegando minuto a minuto.
De repente, el alboroto se arma. El bus articulado se ha estacionado y ha abierto las puertas. Las columnas se rompen abruptamente y cual rebaño sin guía las personas empiezan a entrar como pueden en el bus articulado.
En seis segundos está lleno hasta reventar y se escucha, por primera vez, esa vos ronca y casi incomprensible que dice “Permita cerrar las puertas por favor”. Estos buses deben tener muchos caballos de fuerza porque en su permiso municipal dice que está indicado para llevar a cerca de 148 personas, pero aquí deben estar de seguro muchas más.
Lentamente el bus empieza su recorrido. La cara de sueño de muchos se mezcla con el titiritar de otros, y mientras los que están sentados se aferran rápidamente a sus cosas antes de quedarse dormidos los que están parados tratan de agarrarse como sea y de donde sea para no caerse.
No sé porque sostenerse, estamos tan apretados que sin querer todos somos el sostén del otro. Mujeres embarazadas o con niños en brazos sin nadie que les ceda su asiento, ancianos que luchan por sostenerse, jóvenes que parecen estar muy cansados para cederle el asiento a alguna persona con capacidades diferentes, en fin, estas son imágenes muy constantes en este medio de transporte.
Y esta no iba a ser la excepción, ya que, y aunque parecería ser gracioso, una mujer embarazada subió al ya repleto metro bus en la parada de La Concepción y como si se tratase de un somnífero todas las personas que estaban sentadas empezaron de repente a quedarse dormidas conforme ella se les acercaba.
Tal vez el cerrar los ojos les libraba de la realidad a la vez que se las ocultaba. Era cómico pero a la vez penoso, sobre todo porque la incomodidad se le notaba en el rostro al igual que su indignación. La bulla es otra cosa común de este medio de transporte. Desde su despegue hasta su llegada a la parada del Playón de la Marín estos buses están llenos de ruidos de todos los tipos y sabores. Sí sabores. Porque varios son los vendedores de caramelos y dulces que abordan a este bus en cada una de sus paradas.
Lo penoso de todo esto es que la mayoría de vendedores son niños que no bordean más allá de los 10 años. Todos ellos a la voz de una tecno cumbia tratan de vender sus caramelos que según ellos servirán para alimentar a sus muchos hermanos. El “tararán tan tan… AUUU” de sus canciones se ha vuelto común para los usuarios y al parecer más que indignación genera burla y risotadas. Esto junto a la música de los celulares y conversaciones lo convierten en un bullicioso medio de transporte.
Y nuevamente esa voz ronca e incomprensible diciendo “avancen de las puertas, permitan que salgan, cuidado con las puertas, permitan que se cierren las puertas por favor”. Es la parada del Seminario Mayor. Mucha gente, estudiantes de la Central entre ellos, se bajan en esta parada. Lo hacen rápidamente porque al parecer, y como en todo el recorrido, el chofer está tan apurado que destina a penas 5 o 6 segundos para que los usuarios desembarquen.
Incluso en la parada San Gabriel (una parada antes) un chico debió gritar de manera desesperada para que el bus reabriera sus puertas porque se le había quedado parte de su mochila.
–No sé a dónde irán tan apurados- comenta Sarita, una usuaria continua de este medio de trasporte –parece que pensaran que somos Flash para bajarnos tan rápido- dice.
Varias son las quejas respecto a este tema y muchas de ellas son más subidas de tono que las de Sarita. En muchos casos los insultos en contra del chofer se vuelven comunes.
“Ha sido un placer servirles” dice el chofer por el megáfono. “Ha sido no tan placentero viajar en esta unidad” pienso dentro de mí, y por la cara de muchos puede ser que no sea el único que piensa eso. Es la parada del Playón de la Marín y hasta ahí llega el viaje.
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